Cuando uno lee con desgana la noticia del nuevo 
          Premio Nobel o del último Premio Nacional de Narrativa y no le 
          entra ya ni risa, ni se molesta en escribir unas líneas para 
          malmeter y envuelve el bocadillo de salmón ahumado con la página 
          del periódico; cuando a uno le van a decir a quién le 
          ha tocado el Premio Planeta y prefiere saber cómo va el mundial 
          de automovilismo, sólo queda plantearse si por fin habrá 
          sucedido que uno ha llegado a sentir ese primer frío de la vejez, 
          que es más terrible que el de la muerte, como más 
          o menos- hizo decir Ramón del Valle Inclán al Marqués 
          de Bradomín. Pero no debe ser, porque uno desenvuelve el bocadillo, 
          se sirve un champán gélido, tira el papel del periódico 
          a la basura y se dice, "vamos a hacer el periódico de la 
          nueva literatura", y crea IRREVERENTES, lo cual no es síntoma 
          de senectud, sino de ganas de que comience una buena guerra, una guerra 
          de las de antes, con bayonetas, trincheras y novias de guerra con fotos 
          viradas al sepia. ¡Aquellas guerras que inspiraron denostadas 
          vanguardias!
Y como para hacer una guerra hacen falta guerreros, decidimos arrejuntarnos 
          en pecado escritores jóvenes, pero
 como dijo alguien en 
          un periódico con el que envolvimos un bocadillo un lejano día, 
          los jóvenes de hoy, ¿dónde están? En cualquier 
          sitio en editoriales pequeñas, en revistas atrincheradas, 
          en cualquier sitio menos en el catálogo de una editorial consecuente. 
          Consecuente con su balance presupuestario, que dijo aquel redactor que 
          habrán prejubilado, por lúcido. El último escritor 
          que apareció por una editorial como dios manda fue detenido y 
          llevado ante el juez. ¡Que pague por ello!
Así pues somos sólo escritores que amamos la palabra, 
          dar forma a la vida, violarla y sufrirla, deconstruirla y reconstruirla, 
          quererla y odiarla. Somos eso que en un tiempo se llamó escritores, 
          gente modesta que reescribe la realidad para que algún día 
          alguien con exceso de tiempo libre sepa cómo fue este tiempo 
          efímero, porque si busca en los medios prestigiosos verá 
          sólo las manchas de embutido del bocadillo. Somos perros que 
          buscan la verdad, cínicos. Somos Irreverentes que llevan la antorcha 
          de la literatura a los antros en losque un águila en forma de 
          perverso camarero les destroza el hígado cada noche. 
 
    
  







