Lo que sigue es real como la vida misma. Ocurrió
en 1977, y aunque no voy a revelar aquí la identidad de los demás
editores estafados, sí diré que Ediciones Dronte fue uno
de ellos, y a raíz de todo el asunto estuvo a punto de desaparecer
como tal, y si no lo hizo fue en buena parte gracias a sus lectores.
(Quienes quieran saber algo más sobre el tema pueden consultar
el número 87 de la revista Nueva Dimensión, cuyo editorial
es suficientemente explicativo al respecto.)
El proceso seguido por el timador, planteado aquí para un mayor
distanciamiento de un modo frío, teórico e impersonal,
fue el siguiente:
Primer acto
Éste es el único paso que requiere una inversión
inicial por parte del estafador.
Problemas de la Distribución de libros en EspañaLo primero
que hay que hacer es alquilar unas buenas oficinas, a ser posible en
la zona alta de negocios de la ciudad, bien acondicionadas, lujosas,
con toda la parafernalia necesaria para ese tipo de negocios y una secretaria
que puede ser tonta, pero que imprescindiblemente ha de ser espectacular.
Lo segundo es prepararse un currículum llamativo y convincente.
En la España de nuestros dolores esto no es algo demasiado difícil.
Una vez elegido así el escenario, se procede a seleccionar a
las víctimas.
Los editores a estafar han de reunir una serie de condiciones. No deben
de ser grandes: un tamaño pequeño-mediano es el ideal,
con no más de media docena de novedades al mes ni menos de dos-tres.
Han de tener un cierto fondo acumulado, si es de salida lenta o difícil
mejor. Si atraviesan además una época de dificultades
financieras, miel sobre hojuelas: en tiempos duros uno se agarra a cualquier
clavo ardiendo, sobre todo si lo ve revestido de terciopelo.
A continuación entra en juego el don de gentes del timador. No
se trata de ofrecer el oro y el moro. Hay que ser realistas, pero también
un poco lanzados: los timoratos nunca llegarán a ninguna parte.
El timador expone sus planes a sus futuros clientes. Es un distribuidor
nuevo pero dinámico. Tiene buenos contactos y está bien
considerado. Puede ofrecer referencias (falsas, por supuesto) que convencerán
de inmediato al cliente. ¿Cuántos ejemplares edita de
cada novedad?, pregunta. Tras un poco de prestidigitación numérica,
no, dice, para cubrir convenientemente el mercado que él puede
abarcar necesita que edite un 10%, un 15% más. Tampoco son cantidades
excesivas, señala, y se notará de inmediato en las liquidaciones.
El timador sabe ser persuasivo. Durante la entrevista, la secretaria
entra contoneándose varias veces en el despacho para anunciar
una llamada de Fulanito, un mensaje urgente de Zutanito, todos ellos
nombres más o menos conocidos del cliente en perspectiva. Respuesta
invariable: «Dígales que estoy en una reunión muy
importante. Ya les llamaré.»
Por supuesto, el timador se guarda muy mucho de ofrecer de entrada el
oro y el moro. En los tiempos que corren hay que ser prudentes, pero
eso no implica el ejercer una cierta osadía muy meditada. La
oferta final del timador es realmente irresistible: si él se
hace cargo de la distribución, dice, garantiza por escrito un
aumento de las ventas de un 10-20% desde el primer mes. Si esta condición
no se cumple en un término de seis meses desde la firma del contrato,
señala, éste queda automáticamente anulado y el
distribuidor se compromete a pagar al editor una compensación.
¿Quien puede resistirse a eso, viniendo de la boca de un hombre
tan seguro de sí mismo, con un despacho tan lujoso, con tantos
contactos evidentes, con tanto entusiasmo? El bolígrafo (de oro,
por supuesto) está sobre la mesa. Los contratos también.
Ninguna mano tiembla a la hora de firmarlos.
Segundo acto
Así se inicia la dinámica de la nueva distribución.
Al principio todo es alentador. Las liquidaciones mensuales reflejan
un apreciable aumento en las ventas: no excesivo, pero sí significativo.
El distribuidor firma sin problemas el acepto en las letras de cambio,
el banco acepta sin problemas negociarlas. Todo se desenvuelve en el
mejor de los mundos.
A muy pocos meses de la firma del contrato, no conviene dilatar mucho
las cosas, el timador hace una nueva oferta a los editores. En los almacenes
los libros sólo crían polvo, dice. ¿Por que no
darles una nueva vida? ¿Por qué no efectuar una nueva
distribución limitada y ver los resultados? Está seguro
de que, con una simple campaña directa entre los libreros, las
ventas crecerán significativamente.
Para un editor, parte de cuyo fondo editorial está realmente
criando polvo en sus almacenes, la sugerencia es irresistible. El timador
no quiere todo el fondo, dice, sólo una parte, para probar. Pero,
eso sí, ha de ser una parte importante, para tener margen de
maniobra. Así se hace sin el menor problema con buena parte de
los stocks de sus editores.
¿Dónde está el truco en todo ello?, se preguntarán
ustedes. Muy sencillo. En realidad el timador distribuye tan sólo
una parte de las novedades entregadas por los editores, guardando el
resto en su almacén. A la hora de hacer las liquidaciones, no
se corta: son satisfactoriamente -aunque no escandalosamente- generosas,
aunque por supuesto sean falsas. No le importa aceptar letras por importes
completamente irreales: no tiene la menor intención de pagarlas
a su vencimiento. El dinero que él sí cobra de las liquidaciones
de sus subdistribuidores sirve para pagar los gastos generales.
Tras todo esto ya está preparado para iniciar la gran operación.
Una vez conseguido el fondo de los editores, es cuestión de moverse
rápido. Ya lo tiene todo planeado. En una operación relámpago,
cuando los editores apenas acaban de entregarle sus últimas novedades,
vacía su almacén: salda de una tacada, a través
de canales discretos y de confianza, todo lo recibido de sus editores,
incluidas todas las novedades de los meses anteriores que no ha distribuido,
menos las del último mes. El timo ha quedado completado. Ahora
sólo falta rematarlo.
Tercer acto
Aquí entra en juego el abogado del timador. Los editores reciben
de pronto una alarmada llamada telefónica nocturna: deben acudir
inmediatamente al despacho del distribuidor: el asunto es urgente y
grave. Con el alma en vilo, los editores acuden a la cita. Allá,
sus peores temores se hacen realidad. El distribuidor, les dice compungido
el abogado, les ha salido ful. Ha saldado sin consentimiento de nadie
todo lo que le habían entregado los editores desde un principio
y ha huido precipitadamente del país. A Sudamérica probablemente,
a un país sin convenio de extradición con España.
No, él no sabía nada del asunto hasta la carta que acaba
de recibir. Él ha sido el primer engañado, dice.
Expone la situación con palabras duras, claras y precisas. El
distribuidor ha saldado todo el fondo entregado por los editores menos
las últimas novedades que acababa de recibir. Pero no podía
hacer eso, protestan los editores. Cierto, dice el abogado, pero lo
ha hecho, y además todos los editores firmaron un contrato en
cuya letra pequeña se especificaba que el distribuidor podía
hacer lo que quisiera con sus fondos. Por supuesto, los editores pueden
considerar que han sido estafados y acudir en ese mismo momento al más
próximo juzgado de guardia a presentar una denuncia por presunta
estafa. Pero debe advertirles una cosa. Antes de precipitarse, piensen
que en el almacén del distribuidor están aún sus
últimas novedades, completas, intocadas. Si presentan demanda,
si ésta es admitida a trámite, lo primero que hará
el juzgado será inmovilizar el contenido del almacén como
único bien tangible del distribuidor. Y ya sabemos todos cómo
funciona la justicia en España. Dentro de cuatro, seis, ocho
años, las novedades, que ya no serán novedades, seguirán
criando polvo en unos almacenes judiciales, y los editores se verán
doblemente perjudicados.
Claro que hay otra solución. Con su carta, el distribuidor ful
le ha entregado la llave de su almacén. Si lo desean, pueden
ir ya mismo a retirar sus novedades. Claro que para ello el timador
exige una condición: que los editores firmen conjuntamente un
documento por el cual renuncian a ejercer ninguna acción legal
contra él. Curiosamente, el documento está ya en poder
del abogado, convenientemente redactado de tal modo que no haya en él
ningún resquicio: uno diría que ha sido hecho por un abogado
ducho en tales menesteres.
La discusión entre los editores alcanza niveles casi violentos.
Hay quien propone ir al almacén del distribuidor, forzar la puerta
y llevarse por la fuerza las novedades de su interior. El abogado advierte
que hay guardias de seguridad protegiendo el local, que avisarán
a la policía al menor intento de violencia. Alguien propone linchar
allí mismo al abogado; éste responde que matar al mensajero
sería una muy mala idea: en la habitación de al lado hay
otros dos guardias de seguridad dispuestos a intervenir de inmediato
a la menor señal suya.
Finalmente, los editores se rinden a la evidencia. Después de
todo lo ocurrido, no pueden permitirse el lujo de perder además
las novedades del mes. De lo perdido saca lo que puedas. Uno tras otro,
a regañadientes, firman el documento que exonera al distribuidor
de toda responsabilidad de su delito. Media hora más tarde, ya
entrada la madrugada, hay cola de camiones en el almacén del
distribuidor para recuperar las malditas/benditas novedades.
Ya amanece cuando unos derrengados editores se reúnen para lamerse
las heridas. Todos son conscientes de que aquello es sólo el
principio de mayores dificultades económicas para todos ellos.
Lógicamente, las letras de cambio firmadas por el distribuidor
serán todas devueltas a su vencimiento, creando un enorme agujero
en las cuentas de los editores, Uno de ellos, impulsado por el entusiasmo
inicial, había entregado al distribuidor todo su fondo.
Colofón
Un último detalle a nivel personal.
Cuando ya nos separábamos para ir a dormir un sueño poblado
de pesadillas, uno de los editores perjudicados, conocido en el gremio
por sus posturas y sus ideas extremistas, dijo:
-Juro que ese miserable no se va a salir con la suya. Conozco a un par
de tipos que por cien mil pesetas [entonces aún no existían
los euros] lo localizarán y le romperán las dos piernas
y los dos brazos, y por otras cincuenta mil volverán a rompérselos
cuando salga del hospital.
Nunca he sabido si llegó a cumplir o no su amenaza. La verdad,
prefiero no saberlo.
Domingo Santos a pesar de ser un escritor de reconocido prestigio
en el género (los premios Gabriel, por poner un ejemplo, toman
su nombre de su novela homónima), es mucho más conocido
por haber sido uno de los editores de la mítica revista Nueva
Dimensión durante veinte años. Es imposible exagerar la
importancia que para la ciencia ficción española ha tenido
este autor, que, además de escribir, ha dirigido multitud de
colecciones (Superficción, Ultramar, Acervo, Jucar...) y de revistas
(la última de ellas la excelente Asimov Ciencia Ficción,
de Robel), a través de las cuales ha dejado su impronta de forma
indeleble. Actualmente Domingo Santos vive en Zaragoza, sigue dedicado
a labores editoriales y escribe una columna en BEM on Line con el nombre
de El rincón de Gabriel
REPORTAJES: Problemas de la Distribución
de libros en España, en Bemonline.com Por Domingo Santos